8 ene 2010

La Disciplina De La Libertad


Tras la lectura del libro “El valor de educar” de Fernando Savater que hemos hecho coincidimos en que el capítulo cuarto “la disciplina de la libertad” es merecedor de una entrada a nuestro blog, pues cuestiona la libertad en el aprendizaje, en contraposición con la escuela Summerhill. Por ello hemos elaborado la siguiente síntesis:

Según el autor, la enseñanza siempre implica una cierta forma de coacción, de pugna entre voluntades. Ningún niño quiere aprender o por lo menos ningún niño quiere aprender aquello que le cuesta trabajo asimilar y que le quita el tiempo precioso que desea dedicar a sus juegos. ¿Es acaso cierto que obligamos a los niños a estudiar por su propio bien? ¿Tenemos derecho a imponerles la disciplina sin la cual desde luego no aprenderían la mayoría de las cosas que consideramos imprescindible que lleguen a saber?

La educación constituye algo parecido a una obra de arte colectiva que da forma a seres humanos en lugar de escribir en papel o esculpir en mármol. La principal producción de las sociedades es la manufactura de seres humanos y para conseguirlos no contamos con otro modelo (ni otro instrumento) que los seres humanos ya existentes. No preguntamos a nuestros hijos si quieren nacer ni tampoco si quieren parecérsenos en conocimientos, técnicas y mitos. Les imponemos la humanidad tal como nosotros la concebimos y padecemos, igual que les imponemos la vida. Oscuramente, presentimos que les condenamos a mucho pero también que les damos la posibilidad de inaugurar algo.

Pero ¿cómo admitir sin recelo o sin escándalo que la vía para llegar a ser libre y autónomo pase por una serie de coacciones instructivas, por una habituación a diversas maneras de obediencia? La respuesta estriba en comprender que no partimos de la libertad, sino que llegamos a ella. La libertad no es la ausencia original de condicionamientos sino la conquista de una autonomía simbólica por medio del aprendizaje que nos aclimata a innovaciones y elecciones sólo posibles dentro de la comunidad.

El aprendiz comienza a estudiar en cierta medida a la fuerza. ¿Por qué? Porque se le pide un esfuerzo y los niños no se esfuerzan voluntariamente más que en lo que les divierte. No es que los pequeños no deseen saber, pero su curiosidad es mucho más inmediata y menos metódica que lo exigido para aprender. Se debe contar en la enseñanza con la inicial curiosidad infantil: afán que la propia educación tiene que encargarse de desarrollar. El niño no sabe qué ignora, es decir, no echa en falta los conocimientos que no tiene. Es el educador quien ha de dar importancia a la ignorancia del alumno porque valora positivamente los conocimientos que a éste le faltan.

Naturalmente el educador ha de comprender lo mejor posible las características y aptitudes peculiares del aprendiz para enseñarle del modo más provechoso. Si no es el educador el que le ofrece el modelo racionalmente adecuado, el niño no crecerá sin modelos sino que se identificará con los que le propone la televisión, la malicia popular o la brutalidad callejera, por lo común exaltados desde el lujo depredador o la mera fuerza bruta.

La creatividad infantil se revela ante todo en su capacidad para asimilar la educación y ésa es innata; no olvidemos que el mejor maestro sólo puede enseñar, pero es el niño quien realiza siempre el acto genial de aprender.

En su República dice Platón: “para la educación de los niños, deberá enseñárseles jugando”. Montaigne se decanta por no aceptar otro estímulo para la enseñanza que el placer del aprendiz y descarta cualquier imposición o contrariedad. Si el juego es aquella actividad que el niño busca por sí misma sin que nadie deba imponérsela como obligación, ¿qué mejor camino que éste para educarle? Como dice el refrán castellano, «más se consigue con una gota de miel que con una tonelada de hiel».

Sin embargo, la mayoría de las cosas que la escuela debe enseñar no pueden aprenderse jugando. Según Novalis, «jugar es experimentar con el azar»; y la educación en cambio se orienta hacia un fin previsto y deliberado, por abierto que sea. A jugar y a las cosas que vienen jugando aprendemos solos o con ayuda de cualquier amiguete: a la escuela vamos para aprender aquello que no enseñan en los demás sitios.

Es disparatado aplicar a rajatabla desde el parvulario el principio democrático de que todo debe decidirse entre iguales, porque los niños no son «iguales» a sus maestros en lo que a los contenidos educativos compete. Precisamente para que lleguen más tarde a ser iguales en conocimientos y autonomía es para lo que se les educa.

(Esta idea es totalmente contradictoria a la escuela Summerhill, pues la asamblea está formada tanto por maestros como por alumnos de los más pequeños, y en dicha asamblea, los votos tienen el mismo valor)

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